POEMAS - I Recital
María Sánchez Alonso
TRANSFORMAR
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Transformar en luz las veredas que no caminamos
el líquido en veneno, que gotea en nuestras pestañas
la tierra que se quiebra en su abrirse a la semilla
la boca que todo lo puede,
y sin embargo,
se derrumba.
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Transformar las palabras atascadas en la tráquea
en banderas que arden, en tobillos de plata,
sentir el pulso infinito, y la oscura compañía
de las ramas que sobre el horizonte
se ensanchan.
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La gota fría, moja los labios de la montaña.
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Transformarnos en pulso que no cesa,
en desafío a la muerte,
en cuerpo curtido que nutre el estanque de los peces.
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Que en mis párpados,
la hierba cante
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que en mi corazón viva
la boca de mi madre.
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Transformar:
piel en corte.
Alma
en horizonte.
MONGOLIA
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La nieve nos abrazó las nalgas,
caminábamos, por la veredas que horas antes
habían sido abrasadas.
Con toda nuestra descendencia en la boca,
con el canto íntimamente enfermo de los peces
Caminábamos.
El fuego despedazó las casas
corríamos, y era una danza,
yo llevaba en los talones barro y toda la sangre pisada,
corría sobre el cuero mojado,
llevaba niños a mi espalda.
Sonaban granates las hojas
y las águilas, acuchillaron en horizontal
el alba.
La lluvia era densa y nos ardía en la lengua, la venganza.
Los gritos eran espadas, y la raíz asomaba lenta.
Los machetes nos miraban
sus filos abrieron puentes,
mi gente sangraba.
Yo escarbe agujeros hasta en el agua
y el monte canto rezos, plegarias
truenos crujían los vientos en las cabañas.
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El negro trajo el silencio.
Se nos despegó el hielo del alma.
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Nosotros comíamos,
y en la cuevas descendía, dura, el agua.
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Nosotros comíamos,
pero ellos tragaban.
27
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Inclinarse ante los puños de la que ofrece leche
desierta, caliente y palpitante
para las astillas de mi voz.
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Comprender el peso de las mortajas, la salud de la hierba
el húmedo barro negro, que dormita en nuestras piernas.
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Crecer en las manos de los otros, entre el ruido de la ciudad,
extenderse como el calor del centro
como la germinación fluorescente del alma.
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Vivir arrodillada, a la palabra del corazón
escalera que baja.
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Esconder el gusto, por miedo a los gestos
y para no ceder la luz.
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Esconder fragilidad en la nuca,
y un interminable tiritar en la mirada.
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Abrasarse con los clavos del gentío,
que sella pantanos negros. Negros.
Humeantes lagartos terrestres que se tuestan bajo el sol.
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Temer el túnel, el TÚ que ya, no es como antes,
el frío deshecho de un cuerpo sin agua.
La raíz sesgada, suplicada, salpicada, sostenida
suprema en su garganta.
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Abandonar el otoño que retumba en el acero
comprender de la caricia, tantas manos.
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Aprender que el llanto
siempre aprieta, dulcemente, los labios.
LA FRACTURADA LUZ
(Juana de Arco)
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La fracturada luz muestra
el silencio de los volcanes
la herida en convertida cicatriz
sostenida en tiempos de penumbra
y de hambre.
La fracturada luz muestra el ovillo,
el centro informe de lo devuelto
al valle primaveral.
Muestra el surco que se abre en carne seca
la danza del pigmento
rojo
las alas recogidas,
de un ave rapaz.
El desierto en el lodo abierto
la flor que se acontece,
una danza de grietas
tierra, muerte
el límite del tiempo
y una memoria que flota.
Estirando la piel.
abajo. Donde roza el cristal el espejo
donde el lodo resucita
y las serpientes crujen los dientes.
Fractura de luz,
ternura
abismo doblado irrompible
deshacimiento por goteo
sangre,
aquello que alumbra lo que somos.
Amanecerse en párpados de nadie
verse truncado en el vacío.
Asomarse en cielo
pájaros mojados.
Quiebra la luz
y en mi rostro envejece, enmudece.
Pálpito. Verdad. Suerte.