POEMAS - I Recital
Luisa Mendoza Borda
ALBA ETHEL
Un montón de vidas que se tropiezan, unas con otras, sin querer hacerse daño
El tiempo que tiene forma de humano, que tiene edad y altura
Lo sencillo en lo mundano
La calma que dan los años
Y el silencio, también
Una cicatriz debajo de otra, una canción que agrieta el alma
Veo la calma del amor encendido
Veo que todos bailan distintos ritmos
Me encantaría advertirles el final de cada historia
Pero yo misma lo ignoro
Dejo sobre el nochero la herencia para mis nietos
Qué todos sean siempre ellos
Qué no caminen a tientas por la maleza
Qué crezcan como espigas
Qué sepan que yo vivo en sus vidas
Enmarco las paredes del recuerdo, para que no vuelva a ver la luz.
Seco imágenes de atardeceres lejanos para perderme en el tiempo.
Preferí borrar el negativo que me quedó del viaje que hicimos a oscuras y cogidas de la mano, en un intento por tragar la decepción, la ilusión y el desaliento.
Me acorralé en la esquina de mi escondite eterno.
Sufrir por sufrir, ¿es acaso ese el fin de la vida?
Temer a la quietud, la calma vacía
Afuera, aúllan las hienas, aúllan porque extrañan a sus crías
¿y a ti niña quién te enseñó sobre el arte del sufrimiento?
Adentro gritan los demonios arrepentidos
SALIDA
En un amanecer lleno de luz y de lluvia también
despegué de un territorio al que creí pertenecer.
El campo voraz y hambriento de fe
dijo adiós por la ventana del pájaro que me llevaría a crecer.
¿Es esto una salida fácil?
Creo que nunca lo sabré.
Resistir la vida y sus caprichos.
La guerra, el olvido y peor aún, la apatía
me destierran lentamente de esta herida.
Una lucha sugerida parece acompasar mis pasos cada día,
pero del alma y del espacio no hay salida.
Busco entre umbrales, aguaceros y avenidas,
los restos que dejé en el camino,
en mi salida.
Por la misma pista de paradas vacías, retornaré cada año y cada día
y en mi visita fugaz, reconoceré en los rostros de mis ancestros el olor
de la naturaleza, de la vida;
respiraré un aire tan lleno de presente que será difícil recordar el pasado.
Nunca me detuve en el camino, en la salida.
Sigo perdiendo el hilo del viento cada día.
A veces el descenso acompaña mi cuerpo a un lugar desconocido
alejado de los astros, enterrado en la nada, donde ya no cantan ni los grillos.
Sin embargo, del fondo del fondo salgo.
Salto sin saberlo por ríos, carreteras y charcos.
Me embarco en el viaje que da vueltas a un paisaje
que sin saberlo,
termina donde comienza.
En una salida que siempre señala la entrada de una casa.