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POEMAS - II Recital

María Sánchez Alonso

UN ESPEJO DE CENIZAS

​

​

Un espejo de cenizas

donde la ausencia devorada de mis labios

transporta piedras frías

y las atasca en mi tráquea.

Una ciénaga de luz donde ahogaron mis manos

la dulzura tatuada en mis huesos

a dolor de sal blanca, sacudida en mi espalda.

 

Miro de frente a los espejos, me agarro a filo de los árboles,

congelo con gritos la infancia robada de mi hermana pequeña.

 

Ser el quiebro de un recuerdo fronterizo,

un eterno asomarse

un eterno abrazarse a tí

      que ya no lates,

pues en tus pies el barro sangra, y se deshace.

​

Para desaparecer en este canto me recordare como en los comienzos:

      vacía,

      apagada en lo que fui,

      entregada a la negra estirpe de lobas

      que me esperan entre la niebla.

​

Si su cuerpo de agua, en mar océano arremete

él fue mi profecía

el tributo

el pago

la carne.

​

En mi sueño

la materia se invierte en ciclos

todos de desapariciones.

​

Ahogándose en lágrima, la luz, bate en duelo a la sombra

y yo me sostengo, agarrada con mis manos enamoradas de la niebla.

​

Recordarte y nombrarte ,

hilando las cosas por su nombre.

​

En tu boca nace luz que guía mis soles,

a ella encomiendo mi noche,

mis harapientas memorias de niña.

En mi exilio

camino, hacia la partida,

el estallido, las desapariciones.

EL AGUA ENTRA EN MIS OJOS

​

​

El agua entra en mis ojos, y es consuelo.

      Oscuridad,

                       terreno de zarzales insondables

                       camino secreto

      en la amargura de una precisión imposible.

​

Me veo yacer, amortajada en vino

y silencio.

Repleta y encendida,

en unos huesos que no me pertenecen.

​

Tan pronto como se ansía la vida, se ansía el silencio.

En el tacto cegado de unos ojos cristal

ardemos incomprensiblemente.

​

El alba desciende, hasta mis quebrados costados

en mis rodillas nacen los ríos, retumban los soles

por lo que pudiera pasar

por lo que pudiera latir.

​

Terminar y desparecer en estacas de hielo suave.

​

Amanecerme tardía, seca, de tarde.

​

En mi noche, el temblor quema la niebla

extinguiendo y poblando con sigilo,

los enfundados mantos blancos de la muerte.

​

En todas las aguas

descansa mi saliva incendiaria.

​

Abrazada a la noche

alcanzo a convertirme

en casi tan azul

como ella.

HIJA DE MIS ANCESTROS NEVADOS

 

​

De entre la nostalgia que habíamos cobijado en nuestros huesos

una punzante pena que sangra

se asoma.

Nos habla, con sonidos partidos,

nos envuelve

en la sombra

en la inmensa espalda de la piedra,

su más profundo maleficio.

​

"En la fé resbala el ángel que la sostiene" nos dicta el rocío.

Rocío que congela con suavidad, la mordedura, y nuestros dientes.

​

Resistir nunca fué trabajo de lágrimas

sino caer en el abalanzado abismo

sino precipitarse en añicos en las palmas de las manos.

Aún envueltos en sombra, en materia oscura, respiramos.

​

Braceo en hondos pasos,

me tiembla en la piel la pregunta

¿por que no hallarse?

¿por que no dejarse mirar?

darse niebla en los labios

volar descalzo.

​

Camino sudando los pasos

y mis huellas

alientan el brillo de las constelaciones.

​

La mina profunda

esa quien yo soy,

hija de mis acestros nevados.

​

Observo la tierra,

como se acuesta boca abajo

ya nos cantan mamá, ahora sí.

 

Mis líquidos son gritos azules

que describen desde dentro.

Observo en el blanco que me ha sido dado

lo que me ha sido quitado.

Mi deseo: que en el silencio caigan con cuerpo estos trazos.

​

Amanecer en rocas abandonadas

ponerse ante la visión descalzo

empujar a la bruma

entrar en los túneles opacos

atravesar por dentro lo dulce

lo que crece a modo de rezo o llanto,

tragar de tu invencible saliva,

vivir en los sueños de los charcos.

Escamarse donde se hieren lápidas.

Teñirse de oro, de barro.

​

Que se escuche en las grietas la danza, la lluvia,

que mamá tiene los labios prensados,

que solamente el oido tuyo, el tacto

recreará su silueta de respiración.

​

Conoce, Olvida.

​

Siempre volvemos a casa,

ante las inminentes puertas abiertas

por la que entramos.

​

En la hierba me acuesto, al presente me sangro

que si ardemos, ardamos!

que nos faltan sólo más brazos.

​

Eco me ha devuelto la voz del acantilado.

La tibia leche que tiene un lugar secreto en mi boca.

​

Y si,

soy yo la del campo,

la que sembró el pedregal

la que exilio a los asesinos

la que maneja la corriente abierta de los ríos,

la de las montañas.

La que hace que resuene, lo que esta callando.

​

Ahora, casi como siempre

he regresado,

he sido toda yo el presente

abierta como el lago;

sueltame las lianas de las sienes

devuélveme de mis almas, todas ellas.

Amontona a los demás en el campo.

​

Que el tiempo sigo doblando

que a gritos sigo amando

que si no me conozco miento

que me sostengas, aún sin brazos.

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